Apóstoles Por Vocación
Del Año de San Pablo al Año Sacerdotal: El
hilo conductor de la misión
S.E. Rvdma. Mons. Mauro Piacenza
Secretario de la Congregación para el Clero
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En
la audiencia concedida a la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Clero,
el día 16 del pasado marzo, el Santo Padre Benedicto XVI ha proclamado un
especial año sacerdotal, desde la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (el
próximo 19 de junio) a la misma Solemnidad en el 2010. La Plenaria de Clero ha
tenido como tema “la identidad misionaria del presbítero en la Iglesia, como
dimensión intrínseca del ejercicio de los tria
munera”. En aquel contexto, el Papa ha recordado la indispensabilidad de la
“tensión hacia la perfección moral, que debe existir en cada corazón
auténticamente sacerdotal”.
Con
el fin de favorecer esa tensión de los sacerdotes hacia la perfección
espiritual de la que depende, sobre todo, la eficacia de su ministerio, ha sido
proclamado el Año especial dedicado a los sacerdotes. El Año de San Pablo, que
se cerrará el próximo 29 de junio, pasará idealmente ‘el testigo’ al Año
Sacerdotal, en un providencial itinerario con el signo de la continuidad y de
la necesaria profundización de una de las “urgencias” de nuestro tiempo, la
misión.
En
el 150 aniversario del dies natalis
del Cura de Ars, San Juan María Vinanney, la Iglesia cobija entorno a sí a sus
Sacerdotes para redescubrir su fecunda presencia y para volver a manifestar,
con cristiana alegría, su esencial y ontológico trabajo, dentro de la misión
universal que justamente aúna a todos los bautizados.
El
Año Sacerdotal, así como querido por el Santo Padre, no será un año “reservado
a los sacerdotes”, sino para toda la Iglesia; cada componente podrá descubrir,
a la luz de aquella tensión misionaria que le es propia, la grandeza del don,
que el Señor ha querido entregar mediante el ministerio sacerdotal. El Papa ha
recordado: “Si toda la Iglesia es misionera y si cada cristiano, por la fuerza
de bautismo y de la confirmación, casi ex
officio (cfr. CDC 1305) recibe el mandato de profesar públicamente la fe,
el sacerdocio ministerial, también desde este punto de vista, se distingue
ontológicamente y no sólo en grado, del sacerdocio bautismal, dicho también
sacerdocio común” (Benedicto XVI, Discurso a la Plenaria del Clero, 16 marzo
2009).
La
fuerza de la misión nace únicamente de un corazón renovado por el encuentro con
Cristo resucitado, como aconteció al apóstol Pablo. Un encuentro en el cual el
Señor Jesús no sea sólo conocido en manera entusiasta o visto sólo
intelectualmente, sino que sea realmente recibido como “respuesta del Padre,”
imprevisible y extraordinariamente maravillosa a favor de todas las preguntas
del corazón herido del hombre, del que proviene, en la extraordinaria presencia
humana-divina del Redentor, la única adecuada correspondencia al propio yo, al
propio humano y misterioso designo de salvación.
El
corazón de San Pablo, herido por la belleza de Cristo, como también el corazón
de pastor de San Juan María Vianney, que el próximo 19 de junio será presente
en la Basílica papal de San Pedro en el Vaticano, expuesto a la veneración de
los sacerdotes y de los fieles laicos, son testimonios con fuerza arrasadora
del origen de la misión sacerdotal.
El
Año Sacerdotal, celebrado en todas las diócesis del mundo, deberá ser una fecunda
ocasión para redescubrir la identidad de los sagrados ministros, que se enraíza
en el mandato apostólico y que “empuja a los sacerdotes a estar presentes,
identificables y reconocibles sea por el juicio de la fe, sea por las virtudes
personales, sea también por el hábito, en los ambientes de la cultura y de la
caridad, que desde siempre se encuentran en el corazón de la misión de la
Iglesia” (ibídem).
En
la fidelidad a la no interrumpida tradición eclesial y en la atenta escucha de
las exigencias profundas del corazón del hombre, se deberá responder
concretamente a la invitación bíblica – “Robusteced las manos flacas, fortaleced
las rodillas vacilantes” (Is. 35,3) – para continuar diciendo, con verdad y
convencimiento lleno de confianza “hacia los que se encuentran perdidos dentro
de su corazón: Tened coraje; no tengáis miedo: he aquí a vuestro Dios” (Is. 35,
4). Mostrar a Dios al mundo; éste ha sido el interés del apóstol Pablo; éste
debe ser el interés y el sentido profundo del ministerio sacerdotal en la
Iglesia a favor del mundo.
La
misión – bien la sabía San Pablo y plenamente lo ha vivido en el propio
ministerio de “participación” vicaria San Juan María Vianney – tiene como
“contenido” y como “método” a Cristo mismo y a su salvadora encarnación. A tal
propósito, el Santo Padre ha afirmado: “En el misterio de la encarnación del
Verbo, esto es, en el hecho de que Dios se ha hecho hombre como nosotros, se
encuentra el contenido y el método del anuncio cristiano”; en tal sentido
resulta urgente – con la contribución de la preciosa heredad del Año de San
Pablo y del próximo Año Sacerdotal, y con la profundización constante de la
formación inicial y permanente del clero – pasar por encima de cualquier
tentación de “discontinuidad”, descubriendo nuevamente la belleza y la armonía
de la única historia sagrada y salvadora de Dios con los hombres, mediante su
cuerpo que es la Iglesia y e ella, la unidad de la labor sacerdotal y apostólica
que ayer, hoy y siempre no es más que anunciar la Palabra de verdad, celebrar
cada día y devotamente la Eucaristía en obediencia al mandamiento del Señor
(Lc. 22,19) y administrar el inestimable tesoro de gracia de la Divina
Misericordia.
La
feliz y providencial iniciativa del Santo Padre de proclamar un Año Sacerdotal
encuentra la más amplia, convencida y generosa adhesión de la Congregación para
el Clero, como también del entero Episcopado mundial, quien ve en esta
iniciativa la ocasión propicia para dar nuevo vigor a la más urgente entre
todas las misiones, la solicitud por las vocaciones sacerdotales.
Así
pues, será un Año bajo el signo de continuidad y de profundización; continuidad
en mirar con gran estupor la llamada apostólica a la misión, y profundización
en especificar la misión con el objetivo centrado en el ministerio sacerdotal.