TERCER CAPÍTULO
La
tradición alejandrina: Orígenes[1]
1. Introducción
Continuamos la
presentación y el comentario de algunos textos patrísticos relativos a la
formación sacerdotal. Ahora me refiero a la llamada “tradición alejandrina”.
Alejandría - ya lo hemos
dicho - parece acoger dos instancias complementarias con respecto de la
tradición antioqueña, es decir la alegoría
en exégesis y la valorización de la
divinidad del Verbo en cristología. En general, Alejandría está bien lejos
del llamado “materialismo” asiático, del que se hablaba en el segundo capítulo:
esto parece evidente también en ámbito eclesiológico y, en particular, en la
concepción del ministerio ordenado.[2]
Para ilustrar las
orientaciones alejandrinas sobre el tema de la formación sacerdotal, sólo me
limito a uno ejemplo, sin embargo máximamente representativo: me refiero a
Orígenes, sobre todo a sus Homilías sobre
el Levítico, pronunciadas a Cesarea de Palestina entre el 239 y el 242.
Estamos ya a pocos años de la grave crisis que - a causa de la ordenación
sacerdotal, a él otorgada a alrededor del 231 por los obispos de Cesarea y de
Jerusalén a escondidas del obispo de Alejandría - opuso Orígenes a su ordinario
Demetrio. La crisis quedó abierta, y causó precisamente el traslado de Orígenes
a Cesarea.
Heredero de la tradición
alejandrina en Occidente - sobre todo en ámbito exegético - es Ambrosio, obispo
de Milán (+ 397)[3]. Pero de
Ambrosio y de Agustín, su “discípulo”, hemos ya hablado en el primer capítulo.
De todos modos, para completar el discurso, envío nuevamente a la ponencia del
padre Janssens, a su tiempo citado, sobre la verecundia (o sobre el “digno comportamiento”) de los clérigos en
el tratado ambrosiano De officiis [ministrorum].[4]
2. Orígenes (+ 254)[5]
Es necesario reconocer
ante todo que Orígenes, como buen alejandrino, está más interesado a contemplar
la Iglesia en su aspecto espiritual, como místico Cuerpo de Cristo, que a su
aspecto visible.
Así Orígenes es más
atento a la llamada “jerarquía de la santidad,” en relación a un camino
incesante de perfección propuesto a cada cristiano, que a la “jerarquía visible”.
Por consiguiente, el
Alejandrino se refiere más a menudo al sacerdocio común de los fieles y a sus
características, que al sacerdocio jerárquico.[6]
De todos modos,
siguiendo el discurso de Orígenes sobre uno y otro argumento, no será difícil
extraer algunas indicaciones sobre el itinerario de formación de los presbíteros.
2.1. El sacerdocio de los fieles y las
condiciones para su ejercicio
Una larga serie de textos
de Orígenes quiere ilustrar las condiciones solicitadas para el ejercicio del
sacerdocio común.
En la novena Homilía sobre el Levítico Orígenes -
refiriéndose a la prohibición hecha a Aarón, después de la muerte de sus dos
hijos, de entrar en el sancta sanctorum “en
cualquier tiempo” (Levítico 16,2) - amonesta: “De eso se demuestra que si uno
entra a cualquier ahora en el santuario, sin la debida preparación, sin vestir
indumentos pontificales, sin haber preparado las ofertas prescriptas y haberse propiciado
Dios, morirá […]. Este discurso concierne a todos nosotros: se refiere a todos,
lo que aquí dice la ley. Dice en efecto que tenemos que saber cómo acceder al
altar de Dios. ¿O no sabes que también a ti, es decir a toda la Iglesia de Dios
y al pueblo de los creyentes, ha sido otorgado el sacerdocio? Escucha como
Pedro habla de los fieles: “Estirpe electa”, dice, “real, sacerdotal, nación
santa, pueblo que Dios ha adquirido”. Pues tú tienes el sacerdocio porque eres
“estirpe sacerdotal,” y por lo tanto tienes que ofrecerle a Dios el sacrificio
de la alabanza, sacrificio de oraciones, sacrificio de misericordia, sacrificio
de pureza, sacrificio de justicia, sacrificio de santidad. Pero para que tú
puedas ofrecer dignamente estas cosas, necesitas indumentos puros y distintos
de los indumentos comunes a los otros hombres, y necesitas el fuego divino - no
un extraño a Dios sino aquel que desde Dios es dado a los hombres - del cual el
Hijo de Dios dice: “he venido para enviar el fuego sobre la tierra”.[7]
Todavía en la cuarta Homilía, inspirándose en la legislación
levítica según la cual el fuego para el holocausto debía arder perennemente
sobre el altar (Levítico 6,8-13)
Orígenes apostrofa así a sus fieles: “Escucha: siempre tiene que arder el fuego
sobre el altar. Y tú, si quieres ser sacerdote de Dios - como está escrito:
‘Todos ustedes serán sacerdotes del Señor, y a ti es dicho: ‘Estirpe electa,
sacerdocio real, pueblo que Dios ha adquirido’ - si quieres ejercer el
sacerdocio de tu alma, no dejes nunca que se aleja el fuego de tu altar”.[8]
Como se ve, el
alejandrino alude a las condiciones interiores que hacen al fiel más o menos digno de ejercer su sacerdocio. Así
en efecto continúa la misma Homilía:
“Eso significa aquello que el Señor manda en los evangelios, que ‘sean ceñidos
con un cinturón’ y vuestros candiles encendidos”. Entonces que siempre esté
encendido para ti el fuego de la fe y el candil de la ciencia”.[9]
En fin, de una
parte el costado “ceñido con un
cinturón”[10] y los
“indumentos sacerdotales”,es decir la pureza y la honestidad de la vida, por el
otro lado el “candil siempre encendido”, es decir la fe y la ciencia de las
escrituras, se configuran precisamente como las condiciones indispensables para
el ejercicio del sacerdocio común.
A mayor razón lo son,
evidentemente, por el ejercicio del sacerdocio ministerial: podríamos decir más
bien que en el pensamiento de Orígenes ellas constituyen las “piedras miliares”de
la formación presbiteral. Pero sobre este discurso volveremos en las conclusiones.
2.2. Sacerdocio de los fieles y acogida de la Palabra
Más que sobre los costados
“ceñidos con un cinturón” Orígenes insiste principalmente sobre el “candil
encendido”, es decir sobre la acogida y el estudio de la Palabra de Dios.
“Jericó se derrumba bajo
las trompas de los sacerdotes”, empieza el alejandrino en la séptima Homilía sobre Josué; y comenta, más
adelante: “Tú tienes en ti Josué [= Jesús] como guía gracias a la fe. Si eres
sacerdote, constrúyete “trompas metálicas” (tubae
dúctiles); o mejor, ya que eres sacerdote - en efecto eres “estirpe real”,
y de ti es dicho que eres “sacerdocio santo” - constrúyete “trompas metálicas” desde
las Sagradas Escrituras, de aquí extrae (duc)
los verdaderos significados, de aquí tus discursos; justamente por ello, en
efecto, ellos se llaman tubae ductiles.
En ellas canta, es decir canta con salmos, himnos y cantos espirituales, canta
con los símbolos de los profetas, con los misterios de la ley, con la doctrina
de los apóstoles”.[11]
En la tercera Homilía sobre el Génesis, el “pueblo
electo que Dios ha adquirido” debe acoger en sus orejas la digna circuncisión
de la Palabra de Dios: “Ustedes, pueblo de Dios”, afirma Orígenes, “pueblo
elegido en posesión para narrar las virtudes del Señor”, acoge la digna circuncisión
del Verbo de Dios en vuestras orejas y sobre vuestros labios y en el corazón y
sobre el prepucio de vuestra carne, y en general en todos vuestros miembros”.[12]
“Tú, pueblo de Dios”,
todavía Orígenes añade en otro contexto, “eres convocado a escuchar la Palabra
de Dios, y no como plebs, sino como rex. A ti en efecto es dicho: “Estirpe
real y sacerdote, pueblo que Dios ha elegido”.[13]
La acogida de las Escrituras
es decisiva para una plena participación a la “estirpe sacerdotal”.
Interpretando alegóricamente Ezequiel 17,
Orígenes ilustra a sus fieles dos posibilidades, entre ellas contrapuestas: la
alianza con Nabucodonosor – marcada por la maldición y el exilio -
característica de quien rechaza la Palabra; o bien la alianza con Dios, cuya credencial
distintiva es precisamente la acogida de las Escrituras. A esta alianza sigue
la bendición y la promesa: así “todos nosotros, que hemos acogido la Palabra de
Dios, somos regium semen”, Orígenes
declara en la duodécima Homilía sobre
Ezequiel. “En efecto somos llamados “estirpe electa y sacerdocio real,
nación santa, pueblo que Dios ha adquirido”.[14]
2.3. Sacerdocio de los fieles y “jerarquía de la
santidad”
Estas condiciones - de
íntegra conducta de vida, pero sobre todo de acogida y de estudio de la Palabra
- establecen una real “jerarquía de la santidad”[15] en el común
sacerdocio de los cristianos.
Por ejemplo, Orígenes
piensa claramente en una “jerarquía de méritos espirituales”, más que en una
“jerarquía visible”, cuando, concluyendo en la cuarta Homilía sobre los Números la explicación sobre el censo y los
oficios litúrgicos de los levitas (Números
4) afirma: “Puesto que es este el
modo con el cual Dios dispensa sus
misterios y regula el servicio de los objetos sagrados, debemos mostrarnos
tales, que seamos hechos dignos del rango sacerdotal […]. Nosotros somos en
efecto “nación santa, sacerdocio real, pueblo de adopción,” porque,
respondiendo con los méritos de nuestra vida a la gracia recibida, somos
considerados dignos del sagrado ministerio”.[16]
En la Homilía sucesiva, la quinta sobre los Números, aventurándose en una audaz
interpretación del texto (Números 4,7-9)
él lee de modo alegórico los varios elementos que constituyen la “Carpa del
Encuentro”.Se puede captar todavía alguna alusión a la “jerarquía de la
santidad” cuando el homilético afirma que “están en esta carpa”, es decir en la
Iglesia del Dios viviente”, personajes más elevados en mérito y superiores en
la gracia”. En todo caso, todos los fieles en su conjunto constituyen el “resto”,
es decir el pueblo de los santos que los ángeles llevan sobre sus manos para
que su pie no tropiece en la piedra, y puedan entrar en el lugar de la promesa.
A pesar de las severas precauciones levíticas, a cada uno de ellos es lícito
contemplar sin sacrilegio algunos aspectos del misterio de Dios, porque todos
juntos son llamados “estirpe y sacerdocio real, nación santa, pueblo que Dios
ha adquirido”.[17]
Siempre en las Homilías sobre los Números se lee la
célebre interpretación de Orígenes del pozo de Beer, “del cual el Señor dijo a
Moisés: “Reúne al pueblo, y yo le daré el agua”. Entonces Israel cantó este
canto: “¡brota oh pozo: cántenlo! Pozo que los príncipes han cavado, que los
reyes del pueblo han perforado con el cetro, con sus bastones” (Números 21,16-18). Orígenes ve en este
pozo al propio Jesucristo, la fuente de la Palabra, y en la referencia a los
príncipes y a los reyes del pueblo los distintos grados de profundidad en la
lectura y en la interpretación de las Escrituras. Si luego es necesario
distinguir entre príncipes y rey, Orígenes propone ver en los príncipes a los
profetas, en los reyes los apóstoles. “En cuanto al hecho que los apóstoles
puedan ser llamados rey”, explica el
alejandrino, “esto se puede fácilmente extraer de aquello que está dicho de todos
los creyentes: “Ustedes son estirpe real, sumo sacerdocio, nación santa”.[18]
Permanece confirmado en
todo caso que para Orígenes la jerarquía más verdadera es la que se basa en los
distintos niveles de acogida de las Escrituras, mientras que queda implícito -
al menos en la última Homilía citada
- que la referencia a la Palabra de Dios es indispensable para el ejercicio del
“real sacerdocio” común a todos los fieles.
2.4. La “jerarquía ministerial”
En sus homilías Orígenes
se refiere explícitamente a los obispos, a los presbíteros y a los diáconos. A
su parecer, tal “jerarquía visible” tiene que representar a los ojos de los
fieles la “jerarquía invisible” de la santidad. En otras palabras, en la
doctrina de Orígenes ordenación ministerial y santidad deben proceder de igual
paso.
“Los sacerdotes”,
escribe en la sexta Homilía sobre el
Levítico, “tienen que mirarse en los preceptos de la ley divina como en un
espejo, y extraer de éste examen el grado de su mérito: si se encuentran
revestidos de los indumentos pontificales […] si a ellos les resulta que están
al nivel [de su vocación] en la ciencia, en los actos, en la doctrina; entonces
pueden creer de haber conseguido no sólo el sumo sacerdocio de nombre, sino
también por su mérito efectivo. De otra manera se consideren como en un rango
inferior, aunque hayan recibido de nombre el primer rango”.[19]
Como se ve, una estima
muy alta por el sacerdocio ordenado hace a Orígenes muy exigente, casi radical,
con respecto a los sagrados ministros. Por ello pone en guardia a cualquiera
del precipitarse “a aquellas dignidades, que vienen de Dios, y a las
presidencias y a los ministerios de la Iglesia”.[20] Y en la segunda
Homilía sobre los Números pregunta
con dolor: “¿Tú crees que quienes tienen el título de sacerdote, que se glorían
de pertenecer al orden sacerdotal, caminan según su orden, y hacen todo lo que
conviene a su orden? Al mismo modo, ¿crees tú que los diáconos caminan según el
orden de su ministerio? ¿Y de dónde surge entonces que se siente con frecuencia
a la gente quejarse, y decir: “Mira a este obispo, a este cura, a este
diácono...?” ¿No se dice, quizás porque se ve al sacerdote o el ministro de
Dios faltar a los deberes de su orden?”.[21]
Así en sus homilías él
no titubea a reprochar abiertamente los defectos más llamativos de los
sacerdotes de su tiempo. Emerge para nosotros un eficaz retrato “en negativo”
sobre los peligros que hay que evitar en la formación de los presbíteros.
Un punto débil de los
sacerdotes es, según Orígenes, la sed de dinero y ganancias temporales; en fin
- nosotros diríamos - la tentación del aburguesamiento y del horizontalismo
exasperado. Él lamenta que los sacerdotes se dejen absorber por las
preocupaciones profanas, y no pidan otra cosa que transcurrir la vida presente
“pensando en los asuntos del mundo, en las ganancias temporales y en la buen
comida”.[22] Y añade, en
otro contexto: “Entre nosotros eclesiásticos se encontrará quien hace de todo
para satisfacer su estómago, para ser honrado y para recibir a su ventaja las
ofertas destinadas a la Iglesia. Aquí están aquellos que no hablan de otra cosa
que del estómago y que sacan de allí todas sus palabras....”[23]
Orígenes también
reprocha a los sacerdotes la arrogancia y la soberbia. “A veces”, observa en la
segunda Homilía sobre el libro de los
Jueces, “se encuentran entre nosotros - que estamos puestos como ejemplo de
humildad y situados alrededor del altar del Señor como espejo para quienes nos
miran - se encuentran algunos hombres de los cuales se exhala el vicio de la
arrogancia. Así un olor repugnante de orgullo se expande desde el altar del
Señor”.[24] Y continúa en
otro lugar: “¡Cuántos sacerdotes ordenados se han olvidado de la humildad!
¡Cómo si hubieran sido ordenados justamente para dejar de ser humildes! [...]
Te han establecido como jefe: no te exaltes, sino que seas entre los tuyos como
uno de ellos. Es necesario que tú seas humilde, es necesario que tú seas
humillado; es necesario huir de la soberbia, cumbre de todos los males”.[25]
Otros pecados de los
sacerdotes son, según Orígenes, el desprecio - o al menos una menor
consideración - de los humildes y de los pobres, y en las relaciones con los
fieles una especie de “alternancia” entre una excesiva severidad y una no menos
excesiva indulgencia.
3. Conclusiones provisorias
Si recogemos las
indicaciones que Orígenes proporciona sobre el sacerdocio común y sobre el
jerárquico, podemos extraer el siguiente itinerario de formación presbiteral.
La “credencial” para acceder a
este itinerario es el “candil encendido,” es decir la escucha de la Palabra.
Otra condición indispensable son los
costados “ceñidos con un cinturón” y los “indumentos sacerdotales” o sea una
vida íntegra y pura: al respecto, los ministros ordenados tendrán que evitar
sobre todo las tentaciones del aburguesamiento, de la soberbia, de la menor
consideración de los pobres, de la severidad excesiva y del laxismo. Aquello
que es solicitado a los sacerdotes es pues la radical obediencia al Señor y a
su Palabra, el desapego del espíritu del mundo, la plena fraternidad con el
pueblo. La cumbre del camino de perfección - es decir el punto de llegada del itinerario de formación sacerdotal, visto
que “jerarquía de la santidad” y “jerarquía ministerial” tienen que
identificarse - es para Orígenes el martirio.
En la novena Homilía sobre el Levítico - aludiendo al
“fuego para el holocausto”, es decir a la fe y a la ciencia de las Escrituras,
que nunca debe apagarse sobre el altar de quien ejerce el sacerdocio -[26] el Alejandrino
añade: “Pero cada uno de nosotros tiene en sí” no solamente el fuego; “también
tiene el holocausto, y de su holocausto enciende el altar, para que siempre
arda. Yo, si renuncio a todo lo que poseo y tomo mi cruz y sigo a Cristo,
ofrezco mi holocausto sobre el altar de Dios; y si entregara mi cuerpo para que
arda, teniendo la caridad, y conseguiré
la gloria del martirio, ofrezco mi holocausto sobre el altar de Dios”.[27]
Son expresiones que
revelan toda la nostalgia de Orígenes por el bautismo de sangre. En la séptima Homilía sobre los Jueces - que remonta quizás
a los años de Felipe el Árabe (244-249) cuando parecía ya esfumada la
eventualidad de un testimonio cruento - él exclama: “Si Dios me permitiera ser
lavado en mi propia sangre, así de recibir el segundo bautismo habiendo
aceptado la muerte por Cristo, me alejaría seguro de este mundo [...] Pero son
dichosos quienes merecen estas cosas”.[28]
Concluyo con una
observación global sobre el itinerario de Orígenes de formación sacerdotal.
No se puede escapar de
la impresión que en este, como en otros ámbitos, la posición de Orígenes sea
muy exigente, o hasta radical.
En todo caso su
reflexión sobre el sacerdocio (como también la de otros maestros alejandrinos: se
vea al respeto Clemente Alejandrino),[29] incluso
relacionando firmemente la “jerarquía ministerial” con la “jerarquía de la
perfección”, no presenta nunca al sacerdote como una especie de ángel: lo pone
más bien en un camino muy concreto de ascesis cotidiana, en lucha con el pecado
y con el mal.
Sólo para dar un
ejemplo, la progresiva separación del mundo que tiene que caracterizar la
formación del sacerdote, no se traduce para nada en la búsqueda afanosa de un
lugar separado del mundo, porque, Orígenes escribe en la duodécima Homilía sobre el Levítico, “no es en un
lugar que es necesario buscar el santuario, sino en los actos y en la vida y en
las costumbres. Si ellos están según Dios, si se conforman a los mandamientos
de Dios, importa poco que tú estés en casa o “en la plaza”; que digo “¿en la plaza?”
Poco importa hasta que te encuentres en el teatro: si estás sirviendo al Verbo
de Dios tú estás en el santuario, no tengas ninguna duda”.[30]
En fin la tradición
alejandrina enriquece de concreto - por una vía quizás inesperada - la imagen
del pastor delineada por Ignacio de Antioquia y por Juan Crisóstomo.
[1] Bibliografía de base: ver arriba, nota 39.
[2] Naturalmente
se trata de acentuaciones, no de enseñanzas unilaterales y exclusivas, como
demuestra por ejemplo el hecho que Orígenes, maestro de la alegoría y de la interpretación espiritual de la Biblia,
es estudioso como los demás pero atento a la letra del texto sagrado.
Para una profundización de las cuestiones envío nuevamente a E. DAL COVOLO
(cur.), Storia della teologia..., pp. 181-203 («Esegesi biblica e
teologia tra Alessandria e Antiochia») y p. 520, nota 11. Se vea además H.
CROUZEL, La Scuola di Alessandria e le sue vicissitudini, en ISTITUTO
PATRISTICO AUGUSTINIANUM (cur.), Storia della teologia, 1. Età patristica,
Casale Monferrato 1993, pp. 179-223; J.J. FERNáNDEZ SANGRADOR, Los orígenes de
la comunidad cristiana de Alejandría (= Plenitudo Temporis, 1), Salamanca
1994.
[3] Cf. M.
SIMONETTI, Lettera e/o allegoria. Un contributo alla storia dell'esegesi
patristica (= Studia Ephemeridis «Augustinianum», 23), Roma 1985, pp.
271-280.
[5] Para una
introducción a Orígenes, luego el volumen de H. CROUZEL, Origene (=
Cultura cristiana antica) (ed. francés, París 1985), Roma 1986, ver M.
MARITANO, en G. BOSIO - E. DAL COVOLO - M. MARITANO, Introduzione ai Padri
della Chiesa. Secoli II e III (= Strumenti della Corona Patrum, 2), Turín
19953, pp. 290-395 (con bibliografía). Sobre la ordenación
sacerdotal de Orígenes ver últimamente M. SZRAM, Il problema
dell'ordinazione sacerdotale di Origene [en idioma polaco], «Vox Patrum» 10
(1990), pp. 659-670.
[6] Además de los trabajos
de J. Lécuyer y de A. Vilela (citados más adelante, nota 76), sobre el
sacerdocio en Orígenes Cf. sobre todo – después H.U. von BALTHASAR, Parole
et mystère chez Origène, París 1957, pp. 86-94 (ver la trad. ital. en ID., Origene:
il mondo, Cristo e la Chiesa [= Teologia. Fonti, 2], Milano 1972, pp.
60-65), a la cual Vilela frecuentemente se refiere - Th. SCHÄFER, Das
Priester-Bild im Leben und Werk des Origenes, Frankfurt 1977 y las síntesis
de H. CROUZEL, Origene, pp. 299-301, y de L. PADOVESE, I sacerdoti
dei primi secoli..., pp. 52-66. Ver en fin A. QUACQUARELLI, I fondamenti
della teologia comunitaria in Origene: il sacerdozio dei fedeli, en S.
FELICI (cur.), Sacerdozio battesimale e formazione teologica nella catechesi
e nella testimonianza di vita dei Padri (= Biblioteca di Scienze Religiose,
99), Roma 1992, pp. 51-59; Th. HERMANS, Origène. Théologie sacrificielle du
sacerdoce des chrétiens (= Théologie historique, 102), París 1996.
[8] Ibidem 4,6, ed. M. BORRET, SC 286, París 1981, p. 180.
[9] Ibidem.
[10] Para
comprender la interpretación origeniana de los «costados ceñidos con un
cinturón» es útil citar un pasaje del primer tratado Sobre la Pascua descubierto
en Tura en el 1941, allí donde el
Alejandrino explica el significado de los «costados ceñidos con un cinturón»
para la cena pascual (Éxodo 12,11). «Nos es ordenado», comenta Orígenes,
«ser puros de encuentros corpóreos, esto significando el cíngulo del costado. [La Biblia] nos enseña a poner
una atadura alrededor del lugar seminal, y nos ordena frenar los impulsos
sexuales cuando formamos parte de las carnes de Cristo» (Cf. O. GUÉRAUD-P.
NAUTIN, Origène. Sur la Pâque. Traité inédit publié d'après un papyrus de
Toura [= Christianisme antique, 2], París 1979, p. 74. La traducción es de
G. SGHERRI, Origene. Sulla Pasqua. Il papiro di Tura [= Letture
cristiane del primo millennio, 6], Milán 1989, p. 107, también una mención para
el comentario. Cf. por último E. DAL COVOLO, Origene: sulla Pasqua,
«Ricerche Teologiche» 2 (1991), pp. 207-221).
[11] ORIGENE, Omelia su Giosuè 7,2, ed. A. JAUBERT, SC 71, París 1960, p. 200.
[12] ID., Omelia
sulla Genesi 3,5, ed. L. DOUTRELEAU, SC 7 bis, París 1976, p. 130. El
pasaje evoca por algunos aspectos la doctrina de Orígenes de los sentidos
espirituales, sobre los cuales ver K. RAHNER, I «sensi spirituali» secondo
Origene, en ID., Teologia dell'esperienza dello Spirito (= Nuovi
Saggi, 6), Roma 1978, pp. 133-163. Más en general sobre la exégesis de Orígenes
ver últimamente T. HEITHER, Origenes als Exeget. Ein Forschungsüberblick,
en G. SCHÖLLGEN - C. SCHOLTEN (curr.),Stimuli. Esegese und ihre Hermeneutik
in Antike und Christentum. Festschrift für Ernst Dassmann, Münster
Westfalen 1996, pp. 141-153.
[13] ORIGENE, Omelia sui Giudici 6,3, ed. P.
MESSIÉ-L. NEYRAND-M. BORRET, SC 389, París 1993, p. 158. Por otra parte, según
Orígenes es sacerdote cualquiera que posee la ciencia de la ley divina, «et, ut
breviter explicem, qui legem et secundum spiritum et secundum litteram novit»:
ID., Omelia sul Levitico 6,3, ed. M. BORRET, SC 286, p. 280.
[14] ID., Omelia su Ezechiele 12,3, ed. M. BORRET, SC 352, París 1989, p. 386.
[15] J. LÉCUYER,
Sacerdoce des fidèles et sacerdoce ministériel chez Origène, «Vetera
Christianorum» 7 (1970), p. 259; A. VILELA, La condition collégiale des
prêtres au III siècle (= Théologie historique, 14), París 1971, pp. 79-83.
[16] ORIGENE, Omelia
sui Numeri 4,3, ed. W.A. BAEHRENS, GCS 30, Leipzig 1921, p. 24; Cf. A.
MÉHAT, SC 29, París 1951, p. 108: «Origène songe plus à la hiérarchie des
mérites qu'à la hiérarchie visible».
[17] ORIGENE, Omelia sui Numeri 5,3, ed. W.A. BAEHRENS, GCS 30, pp. 28s
[18] Ibidem 12,2, p. 99.
[19] ID., Omelia sul Levitico 6,6, ed. M. BORRET, SC 286, pp. 290-292.
[20] ID., Omelia su Isaia 6,1, ed. W.A. BAEHRENS, GCS 33, Leipzig 1925, p. 269
[21] ID., Omelia sui Numeri 2,1, ed. W.A. BAEHRENS, GCS 30, p. 10.
[22] ID., Omelia su Ezechiele 3,7, ed. M. BORRET, SC 352, Paris 1989, p. 140.
[23] ID., Omelia su Isaia 7,3, ed. W.A. BAEHRENS, GCS 33, p. 283.
[24] ID., Omelia sul libro dei Giudici 2,2, ed. W.A. BAEHRENS, GCS 30, p. 481.
[26] Ver arriba,
nota 68 y contexto.
[27] ID., Omelia sul Levitico 9,9, ed. M. BORRET, SC 287, p. 116.
[28] ID., Omelia
sui Giudici 7,2, ed. P. MESSIÉ-L. NEYRAND-M. BORRET, SC 389, pp. 180-182.
Sobre la martirología de Orígenes ver E. DAL COVOLO, Appunti di escatologia
origeniana con particolare riferimento alla morte e al martirio, «Salesianum»
51 (1989), pp. 769-784; ID., Morte e martirio in Origene, «Filosofia e
Teologia» 4 (1990), pp. 287-294; ID., Note sulla dottrina origeniana della
morte, en R.J. DALY (cur.), Origeniana Quinta (= Bibliotheca
Ephemeridum Theologicarum Lovaniensium, 105), Leuven 1992, pp. 430-437; T.
BAUMEISTER, La teologia del martirio nella Chiesa antica (= Traditio
Christiana, 7), Turín 1995, pp. 138-151 (ver también la bibliografía, pp.
XXIX-XXXIX). Ver en fin la nota 2, pp.
180-181, de la citada edición de P. MESSIÉ-L. NEYRAND-M. BORRET, SC 389.
[29] «Los grados
de la Iglesia de aquí abajo, obispos, presbíteros, diáconos, creo, son un
reflejo de la jerarquía angélica y de aquella economía que, como dicen las Escrituras,
espera a aquellos que siguen las huellas de los apóstoles han vivido en
perfecta justicia según el evangelio»: CLEMENTE AL., Stromati
6,13,107,2, ed. O. STÄHLIN-L. FRÜCHTEL-U. TREU, GCS 524, Berlín
1985, p. 485.
[30] ORIGENE, Omelia sul Levitico 12,4, ed. M. BORRET, SC 287, p. 182.