PRIMER CAPÍTULO

 

Indicaciones metodológicas y bibliográficas[1]

 

 

 

1. Introducción al tema, con referencia a la Pastores dabo vobis (PDV)

 

Con respecto a la formación sacerdotal, la referencia a los orígenes de la Iglesia no sólo es útil, es hasta “obligatoria”. Por su proximidad cronológica a Cristo y a los apóstoles, en efecto, la Iglesia de los orígenes es testigo privilegiado de la relación formativa que Jesús estableció con sus discípulos, y a la que siempre la Iglesia tendrá que hacer referencia para comprender el verdadero significado de la formación presbiteral.[2]

De hecho la referencia a los Padres de la Iglesia como maestros de la formación sacerdotal corre de modo implícito a lo largo de muchas páginas de la Exhortación apostólica Sobre la formación de los sacerdotes en las situación  actual (PDV) y también está presente de modo explícito, sobre todo en las citas de san Agustín (once citas) y de otros Padres (Cipriano, Beda).

Además, hablando de la formación teológica del presbítero, la Exhortación afirma que el estudio de la Palabra de Dios, “alma de toda la teología”, debe ser conducido por la lectura de los Padres de la Iglesia y por los pronunciamientos del Magisterio.[3]

 

Pero no pretendo limitarme a la recensión y al análisis de las citas patrísticas presentes en la PDV. Prefiero reflexionar sobre la cuestión de fondo, que en definitiva está a la base de tales citas, es decir: ¿en qué sentido los Padres de la Iglesia son maestros de formación sacerdotal?

Procederemos en la reflexión examinando separadamente los dos aspectos de la cuestión. Antes que nada desarrollaremos el tema de la formación sacerdotal en los Padres de la Iglesia (es el tema más importante de estas páginas, al que regresaremos en los próximos capítulos, eligiendo algunos textos más significativos para el comentario y la reflexión); en según lugar trataremos el estudio de los Padres en la formación del presbítero (no es una cuestión marginal, especialmente para quien se interesa, en un modo u otro, a los problemas de la organización de los estudios en los seminarios y en los institutos teológicos).

 

 

2. La formación sacerdotal en los Padres de la Iglesia. El ejemplo del Obispo Ambrosio

 

Pocos meses antes del Sínodo dedicado a la formación sacerdotal (septiembre-octubre de 1990), la Facultad de Letras cristianas y clásicas de la Universidad Salesiana (Pontificium Institutum Altioris Latinitatis) ha realizado un Congreso sobre el tema: “La formación al sacerdocio ministerial en la catequesis y en el testimonio de vida de los Padres” (Roma, 15-17 de marzo de 1990).[4]

El Congreso quiso ofrecer a la asamblea sinodal una cualificada contribución científica en perspectiva histórico-catequética. Sus Actos fueron publicados en 1992 en un volumen que permanece fundamental para delinear algunos aspectos de la formación sacerdotal en los Padres de la Iglesia[5]. Queremos hacerles conocer algo de este, eligiendo como punto de referencia al Obispo Ambrosio de Milán (337 o 339-397) y las dos ponencias dedicadas a él: aquellas de G. Coppa y de J. Janssens.

 

La ponencia de G. Coppa[6] - muy amplia y articulada - reexamina sistemáticamente la vida y la obra de Ambrosio, para hacer emerger las más notables instancias de la formación humana, espiritual y pastoral del presbítero.

Tales instancias se manifiestan ricas en contenidos teológicos y en direcciones prácticas. Ellas deben ser encuadradas en una visión del sacerdocio que presenta algunas características precisas.

Es una visión crística, como también lo es la orientación de toda la obra ambrosiana. Cristo es el auténtico levita, que comunica el propio sacerdocio a toda la Iglesia, y particularmente a los presbíteros, quienes por esto tienen que vivir como devorados por él, amarlo, imitarlo, presentar su misma imagen a los fieles, donar su vida. Si el Cristo es el verus levites, el presbítero también es él levita verus, comprometido en una lucha sin límites contra él mismo y el espíritu del mundo, para ser - como él - totalmente de Dios.

Es una visión totalitaria: la intimidad eucarística, la humildad, la obediencia al obispo, la castidad perfecta, la oblación de sí son expresiones de este amor por Cristo, que no admite compromisos o adaptaciones.

Es una visión comunitaria: la formación del presbítero tiene un alcance cósmico y está inserta en el misterio de la Iglesia. La vida espiritual para Ambrosio es apertura a las necesidades del mundo, no repliegamento sobre sí mismo: el sacerdote es el hombre para los demás, no tiene nada para sí, y por lo tanto  se santifica no sólo para sí mismo, sino para el enriquecimiento de toda la comunidad eclesial.

Es una visión práctica: Ambrosio no comprende el presbítero como “una criatura angelical”, irreal, sino como un cristiano en posesión de sólidas virtudes humanas, según el molde de Cicerón de la moral antigua, elevada y cristianizada por la práctica del Evangelio.

Es, por fin, una visión dinámica: el sacerdote tiene que santificarse a través del ejercicio, rico en celo, de los munera que la Iglesia le ha confiado a través del obispo, es decir a través de la celebración de la Eucaristía y de la Palabra de Dios.

Como es devorado por Cristo, así el presbítero es devorado por las almas: la cura pastoral absorbe todo su tiempo, todos sus recursos físicos, intelectuales, espirituales y también económicos, sin dejarlo pensar demasiado a sus necesidades. Las ocupaciones pastorales no se limitan por otro lado, sólo  a la esfera cultual y ritual, sino que empeñan la formación del presbítero en la constante práctica de la caridad, solicitándole una vida sobria, pobre, desinteresada.[7]

 

Podríamos añadir por nuestra parte una reflexión complementaria.

Con su misma vida Ambrosio ilustra en el modo más claro las distintas instancias de la formación y de la misión del presbítero. Cuanto haya podido incidir este testimonio en la conversión de Agustín, y en fin, en su formación de sacerdote y pastor, resulta en algunos pasos famosos de las Confesiones.[8]

Hacía poco que había llegado a Milán - estamos en el otoño del 384 - Agustín, joven catedrático de elocuencia, va a visitar a las distintas autoridades ciudadanas, y encuentra también al Obispo Ambrosio. Nuestra fuente narra que éste lo acogió satis episcopaliter. Es un adverbio un poco misterioso: ¿qué entendía decir Agustín? Probablemente que Ambrosio lo acogió con la dignidad propia de un obispo, con paternidad, pero también con una cierta distancia.

Es cierto que Agustín quedó fascinado por Ambrosio; pero es igualmente cierto que un encuentro cara a cara sobre aquello que a Agustín principalmente le interesaba, y es decir sobre los problemas fundamentales de la búsqueda de la verdad, fue día a día diferido, a tal punto que alguien pudo afirmar que Ambrosio estuvo muy frío con respecto a Agustín, y que poco o nada él tuvo que ver con su conversión.

Sin embargo Ambrosio y Agustín se encontraron varias veces. Pero Ambrosio hablaba a nivel general, limitándose por ejemplo a realizar elogios sobre Mónica, y felicitando al hijo por tener una madre similar.

Luego, cuando Agustín iba a visitar expresamente a Ambrosio, lo encontraba regularmente empeñado con catervas de personas llenas de problemas, por cuyas necesidades él se prodigaba; o bien, cuando no estaba con ellas (y esto sucedía por muy poco tiempo) o confortaba el cuerpo con lo necesario, o alimentaba el espíritu con lecturas.

Y aquí Agustín hace sus maravillas, porque Ambrosio leía las Escrituras mentalmente, sólo con los ojos. De hecho, en los primeros siglos cristianos la lectura era estrechamente concebida con la finalidad de la proclamación, y el leer a alta voz facilitaba la comprensión incluso de quien leía: que Ambrosio pudiera correr solamente las páginas con los ojos, señala a Agustín admirado una singular capacidad de conocimiento y de comprensión de las Escrituras.

Agustín a menudo se pone aparte, con discreción, para observar a Ambrosio; luego, no osando molestarlo, se va en silencio. “Así”, Agustín concluye, “no me fue nunca posible interpelar el ánimo de aquel santo profeta sobre lo que me interesaba, sino por cuestiones tratables rápidamente. En cambio mis tormentos interiores lo hubieran querido disponible por mucho tiempo para poderlos volcar sobre él; pero nunca sucedía”.[9]

Son palabras muy graves: tanto que tendríamos ganas de dudar sobre la propia solicitud pastora de Ambrosio y de su real atención hacia las personas.

Por mi parte, en cambio, estoy convencido que aquella de Ambrosio con respecto a Agustín era una auténtica estrategia, y que esta representa eficazmente la figura de Ambrosio pastor y formador.

Ambrosio seguramente estaba al corriente de la situación espiritual de Agustín, además porque goza de la confidencia y de la plena confianza de Mónica. Sin embargo el Obispo no cree oportuno empeñarse con él en un debate dialéctico, del cual él, Ambrosio, habría podido salir como perdedor...

Así el obispo suspende las palabras, deja hablar a los hechos, y con su praxis afirma el primado del “ser” sobre el “decir” del pastor.

¿Cuáles son estos hechos?

En primer lugar el testimonio de la vida de Ambrosio, entretejida de oración y de servicio con respecto a los pobres. Y Agustín queda saludablemente impresionado, porque Ambrosio se demuestra hombre de Dios y hombre totalmente donado al servicio de los fieles. La oración y la caridad, testimoniadas por este formidable pastor, remplaza a las palabras y a los razonamientos humanos.

El otro hecho del cual habla Agustín es el testimonio de la Iglesia de Milán. Una Iglesia fuerte en la fe, reunida como un solo cuerpo en las santas asambleas de las cuales Ambrosio es el animador y el maestro, gracias también a los himnos compuestos por él; una Iglesia capaz de resistir a las pretensiones del emperador Valentiniano y de su madre Justina, que en los primeros días del 386 volvieron a pretender la confiscación de una iglesia para las ceremonias de los arrianos.

En la iglesia que tenía que ser confiscada, cuenta Agustín, el pueblo devoto velaba, pronto a morir con el propio obispo. “También nosotros”, y este testimonio de las Confesiones es precioso, porque señala que algo se estaba moviendo en lo íntimo de Agustín, “si bien todavía espiritualmente tibios, éramos partícipes de la excitación de todo el pueblo”.[10]

Agustín en fin, incluso no logrando dialogar como habría querido con el Obispo Ambrosio, queda positivamente contagiado por su vida, por su espíritu de oración, por su caridad hacia el próximo, y por el hecho que Ambrosio se manifiesta hombre de Iglesia: lo ve impregnado en la animación de las liturgias, comprende en esto el proyecto valiente de edificar una Iglesia unida y madura.

De este modo Agustín encuentra en el testimonio del Obispo Ambrosio una auténtica “escuela de formación” y un modelo de sacerdote y pastor.[11]

 

Sobre un aspecto particular de la búsqueda de G. Coppa se realiza luego una estimulante profundización de J. Janssens, concerniente el tema de la verecundia o del “dignitoso comportamiento” en el De officiis  [ministrorum] de san Ambrosio.[12]

Partiendo de una comparación global entre el De officiis de Cicerón y el homónimo tratado ambrosiano, Janssens concentra su análisis en el tema enunciado.

De hecho, ya sea Cicerón que Agustín consideraban la verecundia como parte integrante de la formación de los jóvenes, respectivamente de los ciudadanos y de los clérigos. Según Janssens, el valor atribuido por san Ambrosio al decoro externo tiene que ser puesto en relación con su concepción del comportamiento cristiano, caracterizado por verdad y sencillez. Lo importante es ser “desde adentro”  hombre veraz y leal, y esto se traduce por consecuencia en un comportamiento decoroso y natural.

Las reglas propuestas por el obispo de Milán no están en función de una apariencia mundana, que aspiraría a esconder la verdadera realidad interior para engañar a los demás: al contrario, ellas contribuyen a poner en plena luz las íntimas riquezas de la persona. Además - si Ambrosio establece para sus clérigos un cierto tipo de comportamiento, y por eso asume las reglas de conducta en uso en el ambiente patricio del tiempo ciceroniano – sin embrago es necesario añadir que él las entiende animadas por un espíritu evangélico. Es el alma, es el espíritu que establecen la naturaleza, la índole de una regla de conducta.

El decoro al cual se refiere Cicerón, que incluye las virtudes fundamentales de la prudencia, justicia, fortaleza, templanza y la misma sophrosyne de los griegos, si bien están en la base del tratado ambrosiano, reciben de la inspiración bíblica del santo obispo una particular connotación espiritual, que hace de la verecundia un componente esencial en la formación de los clérigos.[13]

 

 

3. El estudio de los Padres en la formación del presbítero

 

Al segundo aspecto de la cuestión en examen ha querido responder de modo puntual  la reciente Instrucción de la Congregación para la Educación Católica sobre el estudio de los Padres de la Iglesia en la formación sacerdotal (IPC).

El documento - que lleva la fecha del 10 de noviembre de 1989, fiesta de san León Magno - fue presentado en la Sala de prensa Vaticana por Mons. J. Saraiva Martins, Secretario de dicha Congregación. El texto de su intervención, firmado también por el Prefecto, Card. W. Baum, ilustra las fundamentales solicitudes que orientaron la redacción del IPC, particularmente la búsqueda de las causas y de los remedios de aquel “menor interés” hacia los Padres que parece haber caracterizado el período post conciliar.

En éste se alude a las aporías de cierta teología, tan replegada sobre las urgencias del momento presente que pierde la relevancia del recurso a la tradición cristiana. También está censurado un enfoque de los Padres que - demasiado confiado en el método histórico-crítico y poco atento a los valores espirituales y doctrinales del magisterio patrístico – termina con revelarse dañino, o hasta hostil, a la plena comprensión de los antiguos escritores cristianos. Pero la más grave responsabilidad está atribuida al “clima cultural contemporáneo dominado por las ciencias naturales, la tecnología y el pragmatismo, en el cual la cultura humanística arraigada en el pasado es cada vez más marginada”: en muchos casos “hoy parece faltar una verdadera sensibilidad por los valores de la antigüedad cristiana, como también un adecuado conocimiento de las lenguas clásicas”.

En fin, sobre la patrística “se repercuten las tensiones entre lo viejo y lo nuevo, entre apertura y cierre, entre estabilidad y progreso, entre un mundo predominantemente tecnológico y un mundo que sigue creyendo en los valores espirituales del humanismo cristiano”.[14]

Como consecuencia, la puesta en juego es altísima: el “menor interés” hacia los Padres podría hasta ser el síntoma de un culpable compromiso entre la teología corriente y una cultura contaminada por secularismo y tecnologismo.

Así - frente a un documento que va directo al corazón de un debate ya ineludible - la reacción del teólogo y del pastor no puede ser otra que la acogida cuidadosa y agradecida, como delante a un don que se espera desde hace tiempo: un don mucho más precioso, en cuanto no sólo gratifica generosamente a sus destinatarios, sino que al mismo tiempo los compromete a “traficar el talento” recibido, es decir a profundizar el mensaje magisterial, a comprender sus consecuencias, y sobre todo a hacerlo operativo.

Decimos sobre todo, porque el peso del mismo documento “está a popa”, en algunas disposiciones conclusivas que revolucionan la enseñanza de la patrística en algunos aspectos.

 Como para empezar, ello tendrá que extenderse en el ciclo teológico institucional “como mínimo durante al menos tres semestres con dos horas semanales”.[15] Más en general, como dice Mons. Saraiva Martins “son impuestas claras exigencias ya sea a los alumnos que a los Profesores, para los cual se solicita un curso de preparación específica obtenida en institutos patrísticos especializados. A tal respeto es muy agradable mencionar dos Institutos erigidos a su tiempo en Roma por el Sumo Pontífice Paolo VI: el Pontificio Instituto Superior de Latinidad en la Pontificia Universidad Salesiana y el Instituto Patrístico “Augustinianum” afiliado a la Pontificia Universidad Lateranense. Ambos Institutos desarrollan desde hace tiempo, conforme a sus objetivos, una benemérita actividad científica y formativa, que contribuyó mucho a la exploración y a la divulgación del pensamiento patrístico, y podrá ayudar eficazmente a los Obispos y a otros Superiores eclesiásticos en la aplicación fiel de la presente Instrucción”.[16]

A este punto la Universidad Salesiana y el Pontificio Instituto Superior de Latinidad no podía eximirse de una contribución de estudio original, tendiente a favorecer la recepción de la IPC y sus instancias. Precisamente de esta persuasión nació un volumen misceláneo de comentario al texto magisterial.[17]

Este consta de ocho contribuciones firmadas por profesores de la Facultad de Teología y del Instituto de Latinidad (Facultad de Letras cristianas y clásicas) de la Universidad Salesiana.

El libro se abre con una reflexión de E. dal Covolo sobre la naturaleza de los estudios patrísticos y sus objetivos, comentando los números 49-52 de la IPC. El autor, mientras identifica en el documento “un decidido y calificado paso adelante en el reconocimiento y en la definición de la autonomía disciplinar y metodológica de las investigaciones patrísticas”, sugiere algunas argumentaciones complementarias al texto en examen, con la finalidad de un diálogo más articulado y global con los estudiosos de la antigüedad cristiana.[18]

El sucesivo artículo de F. Bergamelli, que trata sobre el método en el estudio de los Padres, continúa el comentario refiriéndose sobre todo a los números 53-56 de la IPC, inclusive ampliando el análisis a otras referencias que el documento dedica a la misma cuestión. El autor renuncia por necesidad a un discurso exhaustivo sobre el estatuto epistemológico de los estudios patrísticos, pero ofrece perspectivas y orientaciones fecundas para ampliar y profundizar la reflexión magisterial.[19]

El mismo corte analítico-integrativo es asumido por O. Pasquato en la revisitación de la relación entre estudios patrísticos y disciplinas históricas delineada sobre todo en la IPC en el número 60. En la primera parte la contribución ofrece una mirada sintética sobre el rol global de las ciencias históricas con respecto a las investigaciones patrísticas; la segunda parte, más analítica, considera el aporte peculiar de cada disciplina histórica al estudio de la patrología.[20]

Con respecto a los tres primeros artículos, las intervenciones sucesivas parecen elegir el camino de las reflexiones “al margen” de la IPC, o “en ocasión” de ella, sin querer atarse directamente al comentario o a la integración puntual de algunos de su párrafos.

De tal modo la contribución de A. Amato afronta una problemática portante del documento, aquella del recíproco servicio entre estudio de los Padres y teología dogmática: en esta resulta delineado de modo vivaz el contexto global dentro del cual debe ser colocado y comprendida la relativa aportación magisterial.[21]

También R. Iacoangeli adopta la misma línea metódica, definiendo la “humanitas” clásica como “praenuntia aurora” a la enseñanza de los Padres. Su exposición es un apasionado reclamo - equipado de oportunas ejemplificaciones - al estudio de la cultura y de las lenguas clásicas como condición indispensable para un enfoque fecundo al mensaje patrístico.[22]

El mismo discurso sobre la relevancia de los estudios filológicos y literarios continúa en el sucesivo articulo de S. Felici: también él reconoce en la competencia lingüística y literaria el instrumento “técnico” para descifrar los escritos de los Padres.[23]

Por su parte A. M. Triacca, considerando el empleo de los "loci" patrísticos en los Documentos del Concilio Vaticano II, por un lado identifica en la lectura Patrum un insustituible auxilio al sentire cum Ecclesia, coherentemente a la disciplina acogida en la liturgia de las horas; por otro lado capta en la misma liturgia una formidable clave de comprensión y asimilación del pensamiento y de la espiritualidad de los Padres, según una instancia acogida y compartida por el magisterio conciliar.[24]

M. Maritano, en fin, delinea la situación de los estudios patrísticos en el siglo XIX proporcionando una preciosa guía bibliográfica que – si bien concentrándose predominantemente en el siglo pasado, cuando nuevas situaciones históricas y culturales favorecieron un redescubrimiento de la tradición patrística - se extiende de hecho hasta nuestros días.[25]

Así los últimos dos estudios concluyen el volumen relanzando la investigación, mientras solicitan al estudioso de valorizar el magisterio reciente de la ciencia y de la historia.

Consideramos que estas ocho contribuciones pueden proporcionar en su conjunto una discreta radiografía de algunos rasgos más significativos de la IPC.

El volumen en cambio no entra en las cuestiones relativas a la génesis del documento. Señalamos simplemente el hecho que sus tiempos de “incubación” fueron bastante largos, si - como declaró a los periodistas Mons. J. Saraiva Martins - era “desde 1981 que se trabajaba en la redacción de esta Instrucción”. No se puede excluir que “el motivo inmediato de la presentación de la Instrucción”, ofrecido por la asamblea sinodal de septiembre-octubre de 1990, haya sugerido de reducir los tiempos de la redacción definitiva. Se explica quizás así uno de los motivos por los cuales a la “amplia consulta” inicial no siguió una verificación igualmente participada en la elaboración conclusiva del documento.

 

Contemplando con una mirada de síntesis las perspectivas abiertas por la IPC, es necesario reconocer antes que nada que el documento parece claramente proyectado hacia el futuro.

Su fundamental instancia de una renovada incrementación de los estudios patrísticos en la formación sacerdotal podía quizás transcurrir: a través de una elaboración doctrinal más acabada y coherente, la amplitud de las argumentaciones extenderse en dimensiones más amplias e incisivas, el diálogo interdisciplinario hacerse más abierto y global.

Sin embargo el dictado magisterial, vigorosamente orientado hacia las Disposiciones conclusivas, otorga a la IPC un característico rasgo dinámico.

Desde este punto de vista - creemos - el mismo documento recomienda a los pastores y a los teólogos convergencia operativa y coherencia de decisiones, mientras que deja el terreno abierto a intervenciones crítico-integrativas de su instrumentación teórica.

En tal perspectiva se ubica explícitamente el volumen que hemos presentado.[26]

 

Pero existe en margen a la IPC una ulterior, calificada contribución del Card. P. Laghi, sucesor de W. Baum a la guía de la Congregación para la Educación Católica. Se trata de una ponencia que presentó en la Universidad Salesiana el 31 de octubre de 1991, en el contexto de las manifestaciones científicas de “lanzamiento” de la Corona Patrum, la prestigiosa colección turinés de textos patrísticos.[27]

Es oportuno resumir aquí los pasos salientes.[28]

El Card. Laghi afirma ante todo que la instrucción, mientras promueve y sustenta el compromiso del estudio y de la investigación en el campo de la patrística, mira también más allá de sus confines, persiguiendo objetivos más generales. Ella en efecto se dirige no solamente a los patrólogos, sino a todo los teólogos, invitándolos a ofrecer a los futuros presbíteros una preparación cultural sana y posiblemente completa:  justamente los estudios patrísticos, observa el Card. Laghi, pueden ofrecer a los sacerdotes una ayuda válida para realizar la síntesis de su saber teológico.

 De este modo la IPC invita a los estudiantes de teología a la escuela de los Padres, una escuela que apunta siempre a lo esencial. «Como expresa a tal propósito Yves-Marie Congar, la tradición patrística “no es disociante, es en cambio síntesis, armonización. No procede de la periferia aislando aquí y allá algunos textos, al contrario trabaja desde lo interno, conectando todos los textos al centro y disponiendo los detalles según su referencia a lo esencial”. La Tradición patrística “es pues generadora de totalidad, de armonía y de síntesis. Ella vive y hace vivir del sentido de conjunto del designio de Dios, a partir del cual se distribuye y se comprende la arquitectura de lo que Ireneo llama sistema o oikonomi”[29]

Pero es obvio que los estudiantes de teología no tendrán que conformarse con las simples indicaciones de los patrólogos para asimilar una tal actitud y hábito espiritual, sino que tendrán que entrar en una familiaridad cada vez más íntima con las obras patrísticas. Poniéndose sobre este sendero, ellos aprenderán a captar con más facilidad el núcleo esencial de la teología cristiana. La unidad del saber teológico - como de cada saber - es una meta muy alta, que cuesta fatiga y que puede ser alcanzada sólo en la conciencia de la verdadera naturaleza y misión de la misma teología.[30] Muy oportunamente el número 16 de la IPC menciona un célebre paso de la carta que Pablo VI escribió en el 1975 al Card. M. Pellegrino en el centenario de la muerte de J. - P. Migne. Allí se lee entre otros: “El étude des Pères, de un grandes utilité pour tous, apparaît de un impérieuse nécessité pour ceux aquí ont à coeur los renouvellement théologique, pastoral et spirituel promu par los récent le Curte, et aquí veulent y coopérer”. [31]

Pero hay otro motivo, continúa el Card. Laghi, por el cual los Padres son maestros de formación sacerdotal. Ellos en efecto, que eran en gran parte obispos expertos y plenamente entregados al ministerio, ofrecen a los alumnos óptimos ejemplos e impulsos para su preparación a la misión de pastores. La dimensión pastoral, subrayada fuertemente por el Vaticano II, es un elemento formativo a la cual se da hoy una gran importancia, y que apasiona los candidatos al sacerdocio. Pero a menudo tal entusiasmo se transforma en activismo unilateral, pobre en motivaciones y en contenidos teológicos, contrastando con aquel sublime ideal pastoral personificado por los Padres de la Iglesia. Los más conocidos escritos patrísticos dedicados al sacerdocio, como por ejemplo el Diálogo sobre el sacerdocio de Juan Crisóstomo o la Regla Pastoral de Gregorio Magno, desvelan el verdadero corazón de los pastores, quienes, mientras se inclinan hacia todas las necesidades espirituales de las almas, tratan de elevarlas al alto grado de perfección evangélica, no descuidando las dificultades y las necesidades materiales en las que se encuentran.

Para escapar del peligro de un aplastamiento horizontalista, el candidato al sacerdocio y cada sacerdote tienen que aprender de los Padres cómo estar en este mundo y no ser de este mundo; como ser profundamente humanos y al mismo tiempo sobrenaturales, verdaderos hombres de Iglesia. En esta concepción grandiosa del ministerio pastoral se comprenden las vivas preocupaciones de los Padres por la unidad de la Iglesia (es lo que llamaríamos hoy el problema ecuménico); los esfuerzos por la inserción del cristianismo en el ámbito cultural grecorromano (el problema misionero de la inculturación), y las incansables solicitudes para aliviar la suerte de los oprimidos y de los pobres (el problema social).

De acuerdo con las líneas pastorales indicadas anteriormente, concluye el Card. Laghi, traslucen la teología cristocéntrica de los Padres, que sustenta y alimenta todo su ministerio sagrado. De esto deriva un fúlgido ejemplo para la preparación de los futuros sacerdotes, quienes, para llegar a ser buenos pastores de almas, tienen que poner en el fundamento de su apostolado una sana teología y una profunda vida espiritual.[32]

 

Por mi parte, creo que las solicitudes de la IPC para una renovación de los estudios patrísticos en la formación sacerdotal son numerosas y bien fundamentadas.

Me conformo al respeto con una simple referencia, suficiente sin embargo para dar una idea del rápido cambio de perspectivas que sucedió en estos últimos años.

Todavía al inicio de los años Cincuenta el Card. M. Pellegrino se lamentaba que a las investigaciones de teología patrística les “faltaba una adecuada base filológica y una sólida impostación histórica”, que a menudo se reemplazaba con “un más cómodo esquematismo doctrinal”, “sugerido por desarrollos del pensamiento teológico” frecuentemente extraños a la mentalidad de los Padres.[33]

M. Pellegrino denunciaba así aquella “servitud” de la patrística con respecto a la dogmática, que caracterizaba las curricula teológicas de los años Cincuenta y Sesenta. Ordinariamente el estudio de los Padres no constituía en ellas una disciplina autónoma. También se aseguraba una exposición más o menos amplia de las doctrinas patrísticas, pero siempre con rigurosa dependencia de los tratados dogmáticos en examen. De este modo muy raramente los escritores eclesiásticos podía parecer para los estudiantes personas reales, integradas en un propio contexto histórico-cultural. El riesgo evidente era el de un “aplastamiento” de la reflexión teológica y de una indebida absolutización del modelo de teología que estaba en la base de los tratados dogmáticos: a tal modelo - como a un “lecho de Procuste” – era adaptada la lectura de los Padres.[34]

De frente a semejante contexto, la IPC inaugura - como ya se ha dicho - un tipo de “revolución copernicana”, si es cierto que la patrística estaba incluida entre las disciplinas principales de la curricula formativa, para enseñar aparte, con su método y su materia, “por al menos tres semestre con dos horas semanales.”[35]

 

 

4. Conclusiones provisorias

 

Es evidente que los documentos magisteriales presentados – particularmente la ICP y la PDV – consideran a los Padres de la Iglesia como maestros insustituibles en la formación intelectual, espiritual y pastoral de los futuros presbíteros.[36]

Creo aún más que sobre todo a los ministros de la Iglesia van referidas las palabras con las cuales Benito invitaba a los monjes a la lectura de los santos Padres, ya que - explica - sus enseñanzas pueden conducir “al grado más alto de la perfección.”[37]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Bibliografía de base, siguiendo el orden de los párrafos: 1) JUAN PABLO II, Pastores dabo vobis, «Acta Apostolicae Sedis» 84 (1992), pp. 657-804 (de ahora en adelante: PDV); E. DAL COVOLO-A.M. TRIACCA (curr.), Sacerdoti per la nuova evangelizza­zione. Studi sull'Esortazione apostolica «Pastores dabo vobis» di Giovanni Paolo II (= Biblioteca di Scienze Religiose, 109), Roma 1994, pp. 333-345; 2) S. FELICI (cur.), La formazione al sacerdozio ministeriale nella catechesi e nella testimonianza di vita dei Padri (=Biblioteca di Scienze Religiose, 98), Roma 1992; 3) CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLI­CA, Instructio de Patrum Ecclesiae studio in Sacerdotali Institutione, «Acta Apostolicae Sedis» 82 (1990), pp. 607-636 (de ahora en adelante: IPC); E. DAL COVOLO - A.M. TRIACCA, Lo studio dei Padri della Chiesa oggi (=Biblioteca di Scienze Religiose, 96), Roma 1991.

 

[2] Sobre el «carácter normativo» es, por otro lado, un riesco de la «idealización» de la Iglesia antigua, ver R. FARINA, La Chiesa antica modello di riforma, «Salesianum» 38 (1976), pp. 593-612; L. PERRONE, La via dei Padri. Indicazioni contemporanee per un «ressourcement» critico, en A. y G. ALBERIGO (curr.), «Con tutte le tue forze». I nodi della fede cristiana oggi. Omaggio a Giuseppe Dossetti, Génova 1993, pp. 81-122 (especialmente 94 ss.), y ahora E. DAL COVOLO, Raccogliere l'eredità dei Padri, «Rivista del clero italiano» 77 (1996), pp. 57-63.

 

[3] Cf. PDV 54, pp. 753 s.

[4] Cf. E. DAL COVOLO, La formazione sacerdotale nei Padri della Chiesa. Il XIII Convegno di catechesi patristica, «Salesia­num» 52 (1990), pp. 703-715. Sobre el argumento – después A. ORBE, Lo studio dei Padri della Chiesa nella formazione sacerdota­le, en R. LATOURELLE (cur.), Vaticano II: bilancio e prospettive venticinque anni dopo (1962-1987), Asís 1987, pp. 1366-1380 - ver A.-G. HAMMAN, La formation du clergé latin dans les quatre premiers siècles, ahora en ID., Études patristi­ques. Méthodologie - Liturgie - Histoire - Théologie (= Théologie historique, 85), París 1991, pp. 279-290, y los amplios análisis bibliográficos de A. FAIVRE, Ordonner la fraternité. Pouvoir d'innover et retour à l'ordre dans l'Église ancienne (= Hi­stoire), París 1992, pp. 455-511, y de S. LONGOSZ, De sacerdotio in antiquitate christiana bibliographia [en idioma polaco], «Vox Patrum» 13-15 (1993-1995), pp. 499-555 (Cf. ibidem, pp. 29-311, algunas contribuciones importantes sobre  nuestro argumento).

 

[5] Cf. S. FELICI (cur.), La formazione al sacerdozio ministeriale...

 

[6] Cf. G. COPPA, Istanze formative e pastorali del presbitero nella vita e nelle opere di S. Ambrogio, en S. FELICI (cur.), La formazione al sacerdozio ministeriale..., pp. 95-132.

 

 

[7] Ibidem, pp. 131 s.

 

[8] Cf. A. PINCHERLE, Ambrogio ed Agostino, «Augustinianum» 14 (1974), pp. 385-407; G. BIFFI, Conversione di Agostino e vita di una Chiesa, en A. CAPRIOLI-L. VACCARO (curr.), Agostino e la conversione cristiana (= Augustiniana. Testi e stu­di, 1), Palermo 1987, pp. 23-34.

 

[9] AGUSTÍN, Confesiones 6,4, ed. M. SKUTELLA - H. JUERGENS - W. SCHAUB, BT, Stuttgart 1981, p. 102. Ver también S. AGUSTÍN, Confesiones, 2 (libros IV-VI), ed. M. SIMONETTI et alii, Fondazione Lorenzo Valla 1993, pp. 94-99 (co­mentario, pp. 252-255).

 

[10] AGUSTÍN, Confesiones 9,7, ed. M. SKUTELLA et alii, p. 192.

 

[11] Sobre la cura de las vocaciones y sobre el ideal sacerdotal de Agustín, por muchos aspectos similares a aquella de Ambrosio, ver últimamente JUAN PABLO II, Lettera Apostolica «Augustinum Hipponensem», «Acta Apostolicae Sedis» 79 (1987), pp. 164-167; G. CERIOTTI, La pastorale delle vocazioni in S. Agostino (= Quaerere Deum, 9), Palermo 1991; A.-G. HAMMAN, Saint Augustin et la formation du clergé en Afrique chrétienne, ahora en ID.,

 

[12] Cf. J. JANSSENS, La verecondia nel comportamento dei chierici secondo il "De officiis ministrorum" di Sant'Ambrogio, en S. FELICI (cur.), La formazione al sacerdozio ministeriale..., pp. 133-143.

 

 

[13] Ibidem, pp. 142 s.

 

[14] Cf. «L'Osservatore Romano» 10.1.1990, pp. 1.5.

 

[15] IPC 62, pp. 634 s.

 

[16] «L'Osservatore...», p. 5.

 

[17] Cf. E. DAL COVOLO-A.M. TRIACCA (curr.), Lo studio dei Padri della Chiesa.... Por su parte El Instituto Patrístico Augu­stininum publicó Lo studio dei Padri della Chiesa nella ricerca attuale, Roma 1991 (extraído de «Seminarium» n.s. 30 [1990], pp. 327-578): para nuestra investigación es útil especialmente C. CORSATO, L'insegnamento dei Padri della Chiesa nell'ambi­to delle discipline teologiche: una memoria feconda di futuro, ibidem, pp. 460-485.

 

 

[18] Cf. E. DAL COVOLO-A.M. TRIACCA (curr.), Lo studio dei Padri della Chiesa..., pp. 7-17

 

[19] Ibidem, pp. 19-43

 

[20] Ibidem, pp. 45-88.

 

 

[21] Ibidem, pp. 89-100.

 

[22] Ibidem, pp. 101-131.

 

[23] Ibidem, pp. 133-148.

 

[24] Ibidem, pp. 149-183.

 

[25] Ibidem, pp. 185-202.

 

 

[26] Cf. E. DAL COVOLO-A.M. TRIACCA (curr.), Lo studio dei Padri della Chiesa..., pp. 3-6. Ver también la amplia recensión de G. CREMASCOLI en «La Civiltà Cattolica» 143 (1992) III, pp. 448 s.

 

 

[27] Cf. E. DAL COVOLO, Corona Patrum: recenti e prossime pubblicazioni nel progresso delle ricerche patristiche italiane, «Ricerche Teologiche» 1 (1990), pp. 207-219; ID., La «Corona Patrum»: un contributo al progresso degli studi patristici in Italia, «Filosofia e Teologia» 6 (1992), pp. 321-330; ID., I Padri della Chiesa e la cultura odierna. In margine a due convegni sugli studi patristici, «La rivista del clero italiano» 73 (1992), pp. 221-231.

 

[28] Cf. P. LAGHI, Riflessioni sulla formazione culturale del sacerdote in margine all'istruzione sullo studio dei Padri della Chie­sa, en E. DAL COVOLO (cur.), Per una cultura dell'Europa unita. Lo studio dei Padri della Chiesa oggi, Turín 1992, pp. 77-86.

 

[29] Ibidem, pp. 83 s

 

[30] Ibidem, p. 84

 

[31] PABLO VI, Carta a Su Eminencia el Cardenal Michele Pellegrino por el centenario de la muerte de J.P. Migne, «Acta Apo­stolicae Sedis» 67 (1975), p. 471.

 

[32] Cf. P. LAGHI, Riflessioni sulla formazione culturale del sacerdote..., p. 86.

 

[33] Cf. M. PELLEGRINO, Un cinquantennio di studi patristici in Italia, «La scuola cattolica» 80 (1952), pp. 424-452 (reeditado en ID., Ricerche patristiche, 2, Turín 1982, pp. 45-73). Ver también ID., Il posto dei Padri nell'insegnamento teologico, «Seminarium» 18 (1966), p. 894; E. DAL COVOLO, I Padri della Chiesa negli scritti del salesiano don Giuseppe Quadrio, «Ricerche storiche salesiane» 9 (1990), p. 443; ID., Fra letteratura cristiana antica e teologia: lo studio dei Padri, «Ricerche Teologiche» 2 (1991), pp. 45-56; ID., Un'intervista al prof. Manlio Simonetti, ibidem, pp. 139-144.

 

 

[34] Cf. ID., I Padri della Chiesa..., p. 443. También M. PELLEGRINO, Un cinquantennio..., señalaba entre los síntomas de una renovación ahora actual el hecho que ya alrededor de los años Cincuenta la enseñanza de la patrología era introducida como disciplina autónoma en varios Seminarios. Según A. MARRANZINI, La teologia italiana dal Vaticano I al Vaticano II, en Bilancio della teologia del XX secolo, 2. La teologia del XX secolo, Roma 1972, p. 104, «los progresos de los estudios bíblicos y patrísticos después de la segunda guerra mundial se resienten en los tratados dogmáticos, escritos la mayor parte en latín pero que difieren bastante de los anteriores a la guerra”. Marranzini identifica las características  de la renovación en la “mejor conciencia de la exégesis, de la patrística y del método histórico” y “en la mayor preocupación de hacer resaltar el valor vital de los dogmas y de indicar la relación entre la perenne verdad cristiana y las actitudes espirituales de los hombres” (ibidem).

 

[35] Cf. arriba, nota 16 y contexto.

 

[36] «Los Padres pueden, por la riqueza de su pensamiento teológico, por su profunda espiritualidad y por su sensibilidad pastora­l, contribuir en modo eficaz, también en nuestro tempo, a una sólida formación de los futuros presbíteros»: J. SARAIVA MAR­TINS, Lo studio dei Padri della Chiesa nella formazione sacerdotale, «L'Osservatore Romano» 13.6.1992, p. 5 (reeditado en Vi darò pastori secondo il mio cuore... Testo e commenti [= Cuadernos de «L'Osservatore Romano», 20], Ciudad del Vaticano 1992, p. 302); Cf. ID., Gli studi teologici secondo gli orientamenti del Magistero. Loro funzione nella preparazione al presbite­rato, «Seminarium» n.s. 32 (1992), pp. 330-345, allí donde se indican «las razones que nos inducen a estudiar y a enseñar las obras de los Padres» en la formación sacerdotal (ibidem, p. 333); ID., I Padri della Chiesa nella ricerca teologica attuale, «Semina­rium» n.s. 33 (1993), pp. 272-285. Ver además P. MELONI, Lo studio dei Padri della Chiesa nella formazione sacerdotale, en Theologica. Annali della Pontificia Facoltà Teologica della Sardegna, 2, Cagliari 1993, pp. 85-94; C. DAGENS, Une certaine manière de faire de la théologie. De l'interêt des Pères de l'Église à l'aube du IIIe millénaire, «Nouvelle Revue Théologique» 117 (1995), pp. 65-83.

 

[37] BENEDETTO, Regula 73,2, ed. A. DE VOGÜÉ-J. NEUFVILLE, SC 182, Paris 1972, p. 672