Bronisław
Markiewicz
Fundador de la Congregación
de San Miguel Arcángel
(Pruchnik,
Galitzia, 1842 – Miejsce
Piastowe, 1912)
«Cuando faltan santos en una
nación, oscurece en el espíritu de los hombres, y las gentes no ven el camino
que hay que seguir» –afirmaba el beato Bronislaw Markiewicz. San Pablo nos
dice: Porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación (1 Ts 4,
3). «Si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio
de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un
contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética
minimalista y una religiosidad superficial« Como el Concilio mismo explicó,
este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una
especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos «genios» de la
santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de
cada uno» (Juan Pablo II, Novo millenio ineunte, 6 de enero de 2001,
30-31).
Bronislaw Markiewicz nace en la Polonia oriental, en aquel tiempo
anexionada al imperio ruso, el 13 de julio de 1842, en el seno de una familia
modesta que cuenta con once hijos. A la edad de 18 años, pierde la fe. Acerca
de ello, él mismo escribe: «Quise adaptarme a las opiniones de mis profesores«
Junto a la fe en Dios, perdí la paz del alma y el sentido de la armonía
interior, y me invadió la tristeza». En medio de su desesperación, Bronislaw
recurre a los grandes escritores polacos. Impresionado por uno de ellos, se
deja caer de rodillas y exclama: «Dios mío, si existes, haz que te conozca« Que
vea la Verdad, y toda mi vida será una acción de gracias« Para conseguirlo,
estoy dispuesto a todas las humillaciones». La respuesta del Cielo no se hace
esperar, según él mismo escribe: «Dios atendió mi súplica y, en un abrir y
cerrar de ojos, mi alma se vio envuelta en la luz. Creí en todo lo que enseña
la Santa Iglesia y, en el acto, realicé una confesión general». Sin embargo,
esa conversión supone un duro combate en el plano moral: «Volví e caer, e
incluso varias veces, pero Tú, Señor Jesús, no me abandonaste».
A quienes más se debe compadecer
El 3 de mayo de 1863, un joven de dieciséis años, inmerso en una suerte de
arrebato, profetiza en público la vida apostólica de un sacerdote polaco:
Bronislaw se pregunta si no podría tratarse de él mismo. A partir del otoño
siguiente, ingresa en el seminario. No obstante, una tormenta de dudas le
asalta enseguida: ¿es ése su camino? Vuelve su rostro bañado en lágrimas hacia
María, y el día de la Inmaculada Concepción sus inquietudes se sosiegan,
quedando persuadido de la llamada al sacerdocio. Bronislaw es ordenado
sacerdote el 15 de septiembre de 1867, iniciando su ministerio como vicario en
una parroquia donde pasa largas horas en adoración ante el Sagrario. Tres años
más tarde, es nombrado vicario de la catedral de Przemysl, donde desarrolla
ampliamente su celo por la administración del sacramento de la Penitencia.
Bronislaw va en busca de quienes no pueden acudir a él, y ante todo de los
prisioneros. «Los detenidos en nuestras cárceles son a quienes más se debe
compadecer –escribe« La mayoría de ellos no conocen ni a Cristo ni sus
preceptos« En calidad de amigo y confidente de aquellos desdichados, he sido
testigo a menudo de escenas desgarradoras; apenas instruidos de las verdades
esenciales de nuestra fe, se echaban a llorar a lágrima viva diciendo: «¿Por
qué nadie nos habló de ello?»».
Dar a conocer a Nuestro Señor Jesucristo mediante la enseñanza de la fe es
una de las misiones de la Iglesia. En esa perspectiva, el Sumo Pontífice
Benedicto XVI ha publicado un resumen (Compendium) del Catecismo de
la Iglesia Católica. «¡Cuán necesario resulta en este principio del tercer
milenio –afirma el Papa– que la comunidad cristiana por entero proclame las
verdades de la fe, de la doctrina y de la moral católicas, íntegramente, que
las enseñe y que sea testimonio de ellas, de manera unánime y concordante! Hago
votos para que el Compendium del Catecismo de la Iglesia Católica
contribuya igualmente a la renovación deseada de la catequesis y de la
evangelización, a fin de que todos los cristianos –niños, jóvenes y adultos,
familias y comunidades– dóciles a la acción del Espíritu Santo, se conviertan,
en todos los ámbitos, en catequistas y en evangelizadores, ayudando a los demás
a encontrarse con Cristo» (Alocución con motivo de la oración del Ángelus, el 3
de julio de 2005).
Desde el púlpito, Bronislaw se expresa con gran sencillez. «Pequeños y
mayores descuidan con enorme despreocupación lo que afecta a su salvación
–repite. Pero hay que recordarles sin cesar las siguientes palabras del
Salvador: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su
alma?». Y escribirá también: «Trabajé en Przemysl, con buenos resultados;
allí todo el mundo me conoce; incluso los judíos me manifestaban respeto.
Visité todas las cárceles, todos los hospitales, todos los cuarteles y todas
las casas particulares. Estuve pateando sin cesar una veintena de pueblos».
Después de tres años de ministerio, Bronislaw prosigue estudios universitarios
durante dos años, ejerciendo después el cargo de párroco, sucesivamente, en dos
parroquias. Con el fin de extirpar el hábito de la bebida, funda la cofradía de
los abstemios, que, después de varios meses, reúne a toda su grey. Su
dedicación se extiende igualmente al bien material de las familias. Así, para
mejorar las producciones agrícolas, se suscribe a revistas especializadas,
donde puede encontrar respuestas a las preguntas prácticas de los agricultores.
Gracias a él se funda una especie de cooperativa agrícola para las
recolecciones, así como una Mutua de Crédito y Ahorro.
El dinamismo de los Ejercicios
Al término de ocho años de ministerio parroquial, Bronislaw es nombrado por
su obispo profesor de teología pastoral en el seminario de Przemysl. Durante su
tiempo libre, se lleva a los seminaristas a visitas apostólicas que les
procuran un contacto directo con el pueblo. Por aquella época, confía su alma a
un padre jesuita, realizando cada año los Ejercicios Espirituales de san
Ignacio. Esos Ejercicios no han dejado de ser recomendados por los Papas: «El
cristiano –decía el Papa Juan Pablo II–, con el fuerte dinamismo de los
Ejercicios, recibe ayuda para entrar en el ámbito de los pensamientos de Dios,
de sus designios, para entregarse a Él, Verdad y Amor, con el fin de poder
tomar decisiones comprometidas con Cristo, midiendo claramente sus capacidades
y sus propias responsabilidades» (16 de noviembre de 1978). Bronislaw obtiene
de los Ejercicios una profunda intimidad con el Sagrado Corazón de Jesús, y un
ardiente deseo de seguirlo en el camino de la pobreza y de las humillaciones, a
fin de imitarlo con mayor perfección.
Aquellos años de ritmo más regular avivan su ya antiguo deseo de abrazar la
vida religiosa. En otoño de 1885, Bronislaw parte para Italia. En Turín se
encuentra con Don Bosco, quien le acoge con los brazos abiertos, le retiene
junto a él y le inicia en la Regla Salesiana, cuya misión consiste en dar
educación a los adolescentes pobres y abandonados. El padre Markiewicz entra en
los salesianos y, el día de su profesión, a petición del santo fundador, se
compromete con un voto suplementario a permanecer fiel a la Regla. El 31 de
enero de 1888, Don Bosco entrega su alma a Dios. Bronislaw se ocupa de los
servicios pastorales de Turín, pero muy pronto contrae la tuberculosis; se llega
incluso a temer por su vida, pero, de repente, la enfermedad remite. En marzo
de 1892, para facilitar su recuperación, los superiores le envían a Polonia,
donde se hace cargo de una parroquia largo tiempo abandonada, en los Cárpatos.
Labrado en el espíritu salesiano, Bronislaw acoge en el presbiterio a un
joven pobre, al que se le unen muy pronto otros. Los lugareños aceptan
enseguida con cariño a esos jóvenes de la parroquia, que comen como ellos y
trabajan como ellos. Para conseguir que esos niños tan diferentes formen un
grupo coherente y homogéneo, el padre Markiewicz recurre principalmente a los
sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Por la tarde, la adoración del
Santísimo Sacramento reúne a los internos del presbiterio. «No todos sois llamados
al sacerdocio, pero todos debéis llegar a ser santos, pues ésa es la voluntad
de Dios» –les afirma el párroco. Una de sus principales ideas es la
santificación mediante el trabajo, recordándoles que: «Con el trabajo de sus
manos, Jesús nos dio ejemplo». Al layar, al labrar, al alinear ladrillos o al
manejar la paleta, esos adolescentes se santifican por el amor, la obediencia,
la humildad y la prontitud que ponen en su trabajo. No obstante, la educación
que reciben no está exenta de dificultades: «Me dices –responde el sacerdote a
uno de sus discípulos– que no resulta cómodo vivir desde la mañana a la noche
en compañía de niños pobres, maleducados, a veces groseros, soportar sus
caprichos, procurar por sus necesidades sin una miserable moneda en el cajón, a
base de privaciones. No te lo niego, pues se necesita mucho valor, incluso
heroísmo, para seguir esta vocación». Luego, le anima a considerar a esos
pequeños como hijos de Dios y a tratarlos en consecuencia. Él mismo los trata
con mucha bondad.
Un servicio que consuela
Como quiera que el número de niños aumenta sin cesar, algunas campesinas
del pueblo acuden para ofrecer sus servicios al párroco. Muy pronto, sin
embargo, se hace necesaria una ayuda permanente. Un grupo de chicas jóvenes,
deseosas de consagrarse a Dios, llaman a la puerta del viejo presbiterio,
encargándose de las tareas domésticas y de la educación de las niñas. Con la
mirada puesta en la Virgen, que quiso convertirse para siempre en «sierva del
Señor», ellas son para los niños consuelo, dulzura y paciencia.
Desde la partida en 1892 del padre Markiewicz, la Institución Salesiana de
Turín ha evolucionado. Sus puertas se han abierto para internos de todas las
clases sociales y las estructuras se han adaptado para ello. Desde la distancia,
el sacerdote no ha podido seguir esos cambios, ateniéndose a la Regla primitiva
de san Juan Bosco, aprobada por Roma en 1874. En 1897, el superior general de
los salesianos, Don Rua, envía a un sacerdote a visitar la obra del padre
Markiewicz. A causa de su profundo desconocimiento de la situación polaca, el
visitante pretende poner en vigor la regla mitigada adoptada en Turín. Ante las
condiciones que se le imponen, el padre Markiewicz decide en conciencia
abandonar la Institución Salesiana. Para conferir a su obra una base jurídica
sólida mientras espera la aprobación de Roma, funda una asociación civil
denominada Templanza y Trabajo, cuyo objetivo es socorrer a la juventud
abandonada, como él mismo explica: «La fuerza de nuestros centros reside en la
mortificación cristiana, es decir, en la templanza, en el sentido más amplio de
la palabra, y en el trabajo totalmente desinteresado al servicio de los niños
abandonados». El 14 de abril de 1898, el gobierno aprueba los estatutos. Un año
más tarde, el Papa concede su bendición a la asociación, en calidad de
organismo civil.
Enseguida se propaga la buena nueva de que existe un centro que acepta
gratuitamente a los niños abandonados, y los pequeños candidatos afluyen de
todas partes. El padre Markiewicz no rechaza a nadie y, para poder hacer frente
a las necesidades de la obra, envía a sus hijos a hacer la colecta a casa de
los ricos. «El Espíritu Santo os insuflará las palabras apropiadas –les dice.
La limosna es una fuente de bendiciones, así que no debéis dudar a la hora de
extender la mano. Rezad por quienes os acojan con caridad, pero mucho más por
quienes os den con la puerta en las narices, pues también ellos son
bienhechores vuestros». Pero también advierte a las personas acomodadas:
«Solamente la «revolución permanente» de la caridad y de la justicia puede
impedir las revoluciones sociales, pues lo que no deis de buen grado os será
arrebatado a la fuerza».
Tener nervios de acero
Un día, sin embargo, las deudas ascienden a una cantidad respetable, y no
llega ninguna ayuda. Todos se ponen a rezar con ahínco. Una señora de gran
belleza se presenta ante el padre Markiewicz y le hace entrega, con una
sonrisa, de un fajo de billetes. Emocionado, el padre se deshace en
agradecimientos y ofrece a la visitante una taza de té. Se dirige a la cocina
pero, a su regreso, la señora ha desaparecido sin que nadie la haya visto. La
cantidad depositada se corresponde a lo que falta para cubrir las deudas« No
obstante, la Providencia se sirve habitualmente de medios más normales para
atender a las necesidades de la obra, aunque con cierta demora en ocasiones.
Los responsables llegan a perder el sueño ante los compromisos pendientes, ante
los acreedores que amenazan con demandas, ante los amigos y bienhechores a los
que no se les puede restituir a tiempo: «Yo resisto bien –escribe el
sacerdote–, pues, desde hace diecinueve años, nunca nos ha fallado la
Providencia, pero temo por el padre J., cuyos nervios están a punto de
traicionarle. Hay que tener nervios de acero para aguantar en nuestra
situación».
El padre Markiewicz siente deseos de concretar la presencia maternal de
Nuestra Señora, por lo que encarga una estatua a un escultor de Cracovia. «Para
realizar este encargo –le dice con visión de fe–, su arte y su técnica no serán
suficientes. Deseo que todos los que trabajen en esa escultura se hallen en
estado de gracia. Así la Virgen nos concederá milagros«».
Ante el éxito de su obra, el padre Markiewicz se propone formar sacerdotes.
En 1900, envía a cuatro de sus hijos a la Universidad Gregoriana de Roma. En
otoño de 1901, solicita de su obispo, Monseñor Pelczar, uno de sus antiguos
condiscípulos de seminario, el ingreso de varios candidatos en el seminario
diocesano. Sin embargo, se topa con su rechazo, pues esos jóvenes no tienen el
bachillerato. El prelado, que acaba de reunirse con el beato Don Rua, explicita
poco después su sentir: el sacerdote debería volver pura y simplemente a los
salesianos, que están predispuestos a acogerlo. Ante su rechazo, el obispo le
ordena que retire la sotana a todos sus clérigos y que les aconseje que
ingresen en cualquier otra institución religiosa. La buena voluntad del prelado
está fuera de toda duda, pero sus puntos de vista son muy diferentes de los del
padre Markiewicz. En ocasiones, Dios permite que sus amigos se prueben
mutuamente, aunque se trate de auténticos santos. Monseñor Pelczar será
canonizado por Juan Pablo II el 18 de mayo de 2003.
Sumisión o dispersión
De regreso junto a sus hijos, el padre Markiewicz les dice: «Según los
criterios humanos, os traigo malas noticias. Se nos ha exigido que nos unamos a
los salesianos. Cuando me he opuesto categóricamente, me han ordenado que os
despoje de las sotanas y me han dicho que, en adelante, ya no tendréis derecho
a consideraros clérigos« Me han aconsejado igualmente que ingreséis en otras
congregaciones, como los jesuitas, los redentoristas, etc. Sois libres de
hacerlo y, dado el caso, os entregaré mis recomendaciones». El golpe resulta
duro para los adolescentes, pero, a partir del día siguiente, todas las sotanas
han desaparecido. El padre envía a sus hijos a seguir estudios a la Facultad de
Teología de Cracovia, donde destacan por sus cualidades morales y éxito. Más
allá de su profundo sufrimiento, el padre se mantiene sereno: «Su santidad se
manifestó de un modo resplandeciente –escribe uno de sus hijos– cuando se nos
despojó de nuestros hábitos clericales. Parecía que, con aquella tribulación,
enormes gracias habían inundado su alma».
En cierto modo desarmado por la obediencia del padre Markiewicz, Monseñor
Pelczar le hace llegar auxilio económico. A finales de 1902, el sacerdote
intenta una nueva estrategia para conseguir que el obispo conceda la aprobación
a su Institución, que pone bajo la protección del arcángel san Miguel. Tras un
nuevo examen, el obispo rehúsa categóricamente la rama femenina de la
Institución, formada por jóvenes que se dedican sobre todo a las tareas
domésticas. Las «hermanas» abandonan la obra, pero regresan enseguida, no como
religiosas sino como sirvientes. Sin su dedicación diaria, los centros de Templanza
y Trabajo no podrían sobrevivir. Porque, aun en los momentos más difíciles,
las comidas deben servirse y las tareas deben realizarse, pues el ajetreo de
las faenas más humildes no se detiene.
Con objeto de controlar la rama masculina de la Institución, el obispo
nombra un vicerrector adjunto al padre Markiewicz, que continúa siendo rector.
Ese vicerrector mantiene unas costumbres que no encajan con la vida de la obra;
además, se considera autorizado a despedir a todos los que no se sometan a los
nuevos reglamentos que les impone. Los hijos del padre Markiewicz vacilan ante
el conflicto que supone esa tribulación, pero el sacerdote les exhorta a la
obediencia y a la perseverancia: «Sin obediencia no hay santidad». Para poder
acceder al sacerdocio, varios de ellos emprenden el exilio; al cabo de unos
años, más de veinte de ellos trabajarán en los Estados Unidos al servicio de
los emigrantes polacos. Sin embargo, algunos discípulos de los primeros tiempos
renunciarán momentáneamente a los estudios clericales, permaneciendo junto al
padre Markiewicz y asegurando, como laicos, el buen funcionamiento de la obra.
Aprovechar las caídas
El padre Markiewicz afronta esas humillaciones como manantiales de esperanza:
«La Iglesia sólo crece a base de humillaciones. Mejor haréis humillándoos que
predicando« Pues cuanto más bajo caemos más nos parecemos al Señor Jesús». En
la escuela del divino Maestro, todo lo que sucede sirve para alimentar la llama
de nuestro amor a Dios, incluso los pecados: «Dios deja que los mayores santos
tengan algunas imperfecciones, hasta el fin de sus días, para mantenerlos en la
humildad –escribe el padre a uno de sus hijos. Aprovechad, pues, vuestras
caídas, diciendo con el rey David: Un bien para mí ser humillado (Sal
118, 71)». Y más aún: «Seamos pacientes sobre todo con nosotros mismos».
En 1905, fuertes convulsiones se producen en el imperio ruso; la Iglesia
sufre violentamente. Sin embargo, la obra del padre Markiewicz permanece en paz.
Un jefe socialista habla así de ella: «No puede odiarse una institución que
proclama, infunde y practica semejante amor hacia los pobres, aunque no podamos
reprimir un resentimiento contra los que se llaman cristianos y no viven según
su fe». Pero las revueltas sociales aumentan la pobreza: «Los niños se portan
bien, aunque no vean el pan durante semanas enteras. Los alimentamos con
patatas, zanahorias y coles. Muchos caminan descalzos, pues no tenemos con qué
comprarles zapatos».
Sin embargo, llegan de todas partes solicitudes de fundaciones. A falta de
sacerdotes, la mayoría no consiguen salir adelante. En octubre de 1911, el
padre Markiewicz puede declarar: «más de 2.000 jóvenes han sido educados en sus
centros y se han marchado con un oficio». Pero lo que más le importa es la
calidad moral de los alumnos que «pierde», a causa de su asentada reputación de
probidad y de destreza profesional. No siente resentimiento alguno hacia los
salesianos: «Valoro y aprecio a los salesianos« Les envío con frecuencia a los
hijos de padres ricos, que pueden pagar internado, y sólo conservo a quienes no
pueden pagar nada« Nuestras obras se complementan».
El 11 de diciembre de 1911, el padre es víctima de un ataque cerebral. Un
médico consigue salvarlo, pero sufre bastante de la próstata. Se ha previsto
una operación quirúrgica, pero la debilidad de su corazón no permite que se le
apliquen anestésicos. La paciencia con la que soporta esos sufrimientos es
heroica. A pesar de la operación, entrega su alma a Dios el 29 de enero. El
frío glacial y la nieve no es impedimento para que una innumerable multitud
afluya para testimoniarle un último homenaje. Bronislaw Markiewicz fue
beatificado el 19 de junio de 2005.
«Cuando yo me haya marchado, todo se arreglará –había afirmado el sacerdote
a sus hijos–; yo os ayudaré. No temáis«». El socorro del Cielo se manifestó por
mediación de Monseñor Sapieha, nuevo obispo de Cracovia, donde había tenido
lugar una fundación de micaelitas en 1902. Gran admirador de la obra del padre
Markiewicz, ese prelado inició todos los trámites necesarios para obtener la
aprobación a favor de los micaelitas. Su erección canónica tuvo lugar después
de la primera guerra mundial, el 29 de septiembre de 1921, festividad de san
Miguel Arcángel. Actualmente, hay más de 330 religiosos micaelitas, repartidos
en 28 casas. Las hermanas, aprobadas en 1928, cuentan en la actualidad con
aproximadamente 270 componentes, en 37 centros.
Pidamos al beato Bronislaw Markiewicz que nos conceda la gracia de la
perseverancia en el servicio a Dios, cualesquiera que sean el número y la
intensidad de las humillaciones y de las cruces que debamos sobrellevar.
Dom Antoine Marie osb
http://www.clairval.com/lettres/es/2006/11/22/4221106.htm