¿Queréis uniros siempre más íntimamente a
Cristo Sacerdote, que como víctima pura se ha ofrecido al Padre, consagrándoos
vosotros mismos a Dios para la salvación de todos los hombres?
(Pontificale Romanum. De
Ordinatione Episcopi, presbyterorum et diaconorum,
editio typica altera , Typis
Polyglottis Vaticanis 1990)
Vaticano a 15 de octubre de 2009
Queridos
hermanos en el Sacerdocio:
La
única razón de nuestra vida y de nuestro ministerio es Jesús de Nazaret, Señor
y Cristo. La existencia de los Sacerdotes tiene en Él y sólo en Él el propio
origen y el propio fin y, en el tiempo, el total y entero desarrollo. El
contacto íntimo y personal con Jesús Resucitado, vivo y presente, es realmente
la única experiencia, que pude empujar a un hombre a darse totalmente a Dios
por medio de los hermanos.
Sabemos
muy bien, queridísimos, en qué manera el Señor nos ha seducido, cómo su
presencia haya sido en nosotros un hecho irresistible, como afirma el profeta:
“Me has seducido, Señor, y me he dejado seducir, has hecho fuerza y has
vencido! (Ger. 20,7). Esta seducción, como cualquier cosa preciosa, es
necesaria que sea defendida, custodiada, protegida y alimentada con el fin de
que no se pierda o, todavía peor, que no llegue a ser un frívolo recuerdo, insuficiente
para resistir el golpe – tantas veces agresivo – de la realidad del mundo. La
intimidad divina, origen de todo apostolado, es el secreto para guardar
permanentemente la maravillosa presencia del Señor.
Ante
cualquier motivación, aunque buena, somos Sacerdotes para “estar estrictamente
unidos a Cristo, Sumo Sacerdote”, unidos a Aquel que es nuestra única
salvación, el Amado de nuestro corazón, la Roca sobre la cual construimos cada
momento de nuestro ministerio, Aquel que es más íntimo que nosotros mismos y al
que más deseamos. Cristo, Sumo Sacerdote, nos atrae hacia sus adentros. Esta
unión con Él, que es el Sacramento del Orden, lleva en sí la participación a su
ofrecimiento: “Unirse a Cristo supone la renuncia. Hace que no queramos imponer
nuestro camino y nuestra voluntad; que no queramos llegar a ser esto u lo otro,
sino que nos abandonamos a El, dónde y en el modo en el que El quiera servirse
de nosotros” (Benedicto XVI, Homilía en la Santa Misa Crismal, 9.IV.2009). La
expresión “estar unidos” nos recuerda que todo esto no es obra nuestra, fruto
de nuestro esfuerzo voluntario, sino obra de la Gracia en nosotros: Es el
Espíritu Santo que nos configura ontológicamente a Cristo Sacerdote y nos
da la fuerza a fin de perseverar hasta
el fin en esa participación a la vida y por eso es obra divina. La “víctima
pura”, que es Cristo Señor, llama a cada uno al insustituible valor del
celibato, que implica la perfecta continencia por el Reino de los cielos y
aquella pureza, que hace que sea “agradable a Dios” nuestra entrega a favor de
los hombres.
La
intimidad con Jesucristo y la protección de la Beata Virgen María – “toda
bella” y “toda pura” – nos sostengan en nuestro diario camino de participación
a aquella Obra de Otro, en que consiste el ministerio sacerdotal, sabiendo que
tal participación es portadora de salvación sobre todo para nosotros que la
vivimos: Cristo es, en tal sentido, nuestra vida.
X Mauro Piacenza
Arzobispo titular de Vittoriana
Secretario