Un joven entra en un confesionario de la iglesia de San Agustín, en París, se inclina ante el sacerdote y dice: «Señor párroco, no tengo fe; vengo a pedirle que me instruya». El sacerdote lo examina con la mirada« «Póngase de rodillas, confiésese con Dios y creerá. –Pero, no he venido para eso« –¡Confiésese!». El que quería creer, siente en ese momento que el perdón es la condición para alcanzar la luz. Arrodillado, confiesa toda su vida. Una vez el penitente ha recibido la absolución de sus pecados, el párroco prosigue: «”Está usted en ayunas? –Sí. –¡Vaya a comulgar!». El joven se acerca inmediatamente a la santa mesa; era su «segunda primera Comunión»« El hecho acontece a finales de octubre de 1886. Ese sacerdote, famoso por su habilidad a la hora de dirigir almas, es el párroco Huvelin, y ese joven de 28 años se llama Charles de Foucauld.