La educación ejerce habitualmente una influencia decisiva en la orientación de la vida de las personas, como lo demuestra la historia de un santo del País Vasco francés. «Desde su más tierna infancia, san Miguel Garicoits supo escuchar la llamada del Señor por el sacerdocio. La maduración de su vocación y la disponibilidad de que dio prueba tuvieron mucho que ver con el cuidado que le prodigaron sus padres, con su amor por la educación moral y religiosa que recibió y, especialmente, con las esmeradas atenciones de su madre. Así pues, su familia ocupó un lugar muy importante en su comportamiento espiritual... Gracias a ella, el joven Miguel aprendió a dirigir su mirada hacia el Señor y a ser fiel a Jesucristo y a su Iglesia. En nuestra época, en que los valores conyugales y familiares son puestos a menudo en entredicho, la familia Garicoits es un ejemplo para las parejas y para los educadores, que tienen la responsabilidad de transmitir el significado de la vida y de poner de manifiesto la grandeza del amor humano, así como de crear el deseo de encontrar y de seguir a Jesucristo» (Juan Pablo II, 5 de julio de 1997).